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Obispo Auxiliar

Una promesa de resurrección

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

Durante este año, en el ciclo litúrgico que estamos viviendo, iremos escuchando, en estos domingos de cuaresma, narraciones del Antiguo Testamento, en las cuales el Señor sale al encuentro del ser humano, para hacer Alianza.

El domingo anterior, el libro del Génesis, nos recordaba la alianza hecha con Noé y su familia después del diluvio, este domingo se nos ha narrado la alianza que Dios hace con Abraham.  Igualmente los próximos domingos escucharemos otros momentos en los que Dios realiza o renueva una alianza con el Pueblo Elegido.

Estas alianzas, necesariamente, deben llevarnos a los cristianos a recordar que, en el Antiguo Testamento, cada una ellas, son un anticipo de la Nueva y Eterna Alianza sellada por Cristo en la Cruz, alianza única e irrepetible que ha traído salvación para toda la humanidad.

Con respecto al pasaje de la Sagrada Escritura que presenta la liturgia de este segundo domingo de la cuaresma, el libro del Génesis relata el momento en que Dios pide a Abraham sacrificar a su hijo Isaac.

Isaac es el hijo de la promesa, el hijo amado, el hijo predilecto, así lo llama el mismo Dios al hablar con Abraham.  En Isaac se cumplían todas las promesas, todo lo que Abraham había sacrificado en su vida se veía recompensado en su hijo Isaac.

Abraham había dejado su tierra, sus comodidades y sus posesiones por responder al llamado de Dios y por creer en la promesa de una descendencia tan abundante como la arena del mar y las estrellas del cielo.

El fruto de todo este sacrificio era Isaac, el hijo de la promesa; pero ahora el Señor también se lo pedía en sacrificio.

Abraham acepta, nuevamente el llamado de Dios, tiene fe, posiblemente no tiene muy claro el porqué del actuar de Dios, pero sabe que las promesas del Señor se cumplen y sale a sacrificar al hijo predilecto.

En el momento culmen, cuando estaba a punto de darse el sacrificio, el Ángel del Señor sostiene la mano de Abraham siendo salvado Isaac de la muerte.  Luego de esto el Señor reitera su promesa de la gran descendencia de Abraham y hace una alianza que ha cumplido hasta el día de hoy.

El texto del Evangelio, como cada año durante el segundo domingo de Cuaresma, nos ha presentado el episodio de la transfiguración y San Marcos nos da elementos que nos hacen recordar la narración del sacrificio de Isaac:

·        La lectura del Génesis habla precisamente de sacrificio y en el evangelio, Jesús ha anunciado a sus discípulos su pasión y su muerte en la cruz.

·        En el episodio narrado en la primera lectura se hace referencia a Isaac como el Hijo Predilecto, el Hijo Amado; esta es la forma como ha llamado el Padre a Jesús en el evangelio.

·        El Génesis habla de una promesa o una alianza cumplida:  Jesús muestra su gloria, muestra su esplendor y deja claro que las promesas mesiánicas se van a cumplir en la Alianza sellada en la Cruz.  Y aunque ha anunciado la pasión, la transfiguración asegura que ésta no terminará con la muerte, sino que culminará con la gloria de la resurrección y la herencia de una multitud de hijos, incontable como la arena del mar; hijos que ya no nacen de la carne sino del Espíritu, porque por el bautismo el ser humano se une a Cristo Resucitado.

Todo esto lo vieron y lo escucharon los tres discípulos que Jesús escogió como testigos y la reacción de ellos fue manifestar «que bien se está aquí...hagamos tres chozas».

La contemplación de la Gloria los hizo desear que esta realidad no cambiara.  Pero Jesús los hace bajar del monte y los hace caminar junto a Él hacia Jerusalén, hacia el Gólgota, les hace entender que para vivir en plenitud esa realidad gloriosa que han contemplado en el Tabor durante la transfiguración, es necesario pasar por el camino de la Cruz.  Así nos lo recordaba el papa Francisco:  «A veces pasamos por momentos de oscuridad en nuestra vida personal, familiar o social, y tememos que no haya salida. Nos sentimos asustados ante grandes enigmas como la enfermedad, el dolor inocente o el misterio de la muerte. En el mismo camino de la fe, a menudo tropezamos cuando nos encontramos con el escándalo de la cruz y las exigencias del Evangelio, que nos pide que gastemos nuestra vida en el servicio y la perdamos en el amor, en lugar de conservarla para nosotros y defenderla. Necesitamos, entonces, otra mirada, una luz que ilumine en profundidad el misterio de la vida y nos ayude a ir más allá de nuestros esquemas y más allá de los criterios de este mundo. También nosotros estamos llamados a subir al monte, a contemplar la belleza del Resucitado que enciende destellos de luz en cada fragmento de nuestra vida y nos ayuda a interpretar la historia a partir de la victoria pascual» (28.02.2021).

Este es el propósito del camino cuaresmal que estamos viviendo.  Unirnos cada día más a Cristo, por medio de la oración, de la escucha de su palabra, de la caridad, del sacrificio, de la austeridad y de las cruces que en la vida nos corresponde asumir; para que también participemos de su victoria gloriosa, cuando él nos una a su resurrección y nos haga vivir con él eternamente.

Es un camino que, ciertamente, no es fácil; pero el Señor, como en la transfiguración, hoy sigue mostrando la cercanía de su gloria anticipada, al quedarse en la Palabra proclamada que guía nuestra vida y en las especies eucarísticas que alimentan nuestro caminar hacia la Pascua.  Que al acercarnos al Señor, que es Palabra y es Pan Eucarístico, obtengamos la fortaleza para caminar con Él hacia el Gólgota y así también participar con Él de la gloria del Tabor.