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Obispo Auxiliar

Vivir la fe con coherencia

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

San Pablo, en la segunda lectura, ha manifestado a la comunidad de Tesalónica lo siguiente:  «porque al recibir la palabra de Dios, que les hemos predicado, la han acogido no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en ustedes los creyentes».

Este elogio que San Pablo hace a los tesalonicenses, es precisamente la petición que Jesús hará en el evangelio sobre las enseñanzas recibidas por quienes se han sentado en la cátedra de Moisés.

Manifiesta Jesús que aquellas enseñanzas, al ser fundamentadas en la palabra de Dios, deben ser acogidas y cumplidas, como verdad dada por el mismo Señor, aunque aquellos que las enseñan no las vivan y por tanto su predicación sea incoherente.

Este llamado a la coherencia entre aquello que se predica y la forma de actuar en la cotidianidad de la vida ha sido una exigencia divina desde siempre y así lo señala el profeta Malaquías en la primera lectura, al indicar a los sacerdotes de esa época que «se apartaron del camino, han hecho tropezar a muchos en la ley, han invalidado mi alianza», es decir, la misión del sacerdote, que debe ser la de acercar al ser humano a Dios, se ha desvirtuado de tal forma, que lo han alejado y han ocasionado que la alianza haya quedado invalidada.

Por tanto, el llamado que el Señor nos hace este domingo, por medio de la palabra proclamada, es a vivir nuestra fe con total coherencia, es decir que cada una de nuestras acciones dé testimonio de nuestro ser cristianos, así nos lo recuerda San Agustín al afirmar:  «¿Qué pensar de los que se adornan con un nombre y no lo son? ¿De qué sirve el nombre si no se corresponde con la realidad? Así, muchos se llaman cristianos, pero no son hallados tales en la realidad, porque no son lo que dicen en la vida, en las costumbres, en la esperanza, en la caridad» (Trat. sobre I Juan 4,4).

San Agustín es claro al afirmar que toda la vida del cristiano tiene que irradiar las enseñanzas de Cristo, precisamente porque Cristo fue perfectamente coherente:  su predicación se hacía vida con cada una de sus acciones.

El domingo anterior el mismo Cristo nos recordaba cuál es el centro de su predicación y el compendio de toda la Escritura:  el amor a Dios y el amor al prójimo.

Y la vivencia del amor ha sido también el centro de la predicación y de la vida  de Cristo:  el manifiesta su amor al Padre, en sus intensas jornadas de oración y principalmente con su obediencia que lo lleva a la cruz.  Y así mismo, manifiesta su amor a los hermanos, haciéndose cercano a todos aquellos que están pasando necesidad:  es cercano al ciego, al tullido, a la hemorroisa, a la viuda de Naim; cercano también al publicano y a la mujer encontrada en adulterio.  Cristo se acerca para manifestar su amor, sanando el cuerpo y el alma de todos aquellos que lo necesitan.

Jesús no sólo predica el amor, como culmen de toda la enseñanza de la Ley y los Profetas, sino que lo vive radicalmente.

Nos recordaba el papa Benedicto XVI:  «La actitud de Jesús es exactamente la opuesta (a los escribas y fariseos): él es el primero en practicar el mandamiento del amor, que enseña a todos, y puede decir que es un peso ligero y suave precisamente porque nos ayuda a llevarlo juntamente con él» (30.10.2011).

Jesús concluye su exhortación indicando que vivir con coherencia la fe implica una vida de servicio a los hermanos, porque el primero debe serlo, porque es el primero en servir, el primero en amar, el primero en dar la vida por los demás, tal y como Él mismo lo ha hecho.  Por esto, todos, independientemente del ministerio que ejerzamos en la Iglesia, somos servidores de los hermanos y precisamente la credibilidad y el fruto de ese ministerio radica en el servicio y el amor con el que se realice.

El papa Francisco nos lo recuerda muy bien al afirmar que «Todos somos hermanos. Si hemos recibido cualidades del Padre celeste, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharnos para nuestra satisfacción e interés personal.  No debemos considerarnos superiores a los otros; la modestia es esencial para una existencia que quiere ser conforme a la enseñanza de Jesús, que es manso y humilde de corazón y ha venido no para ser servido sino para servir» (05.11.2017).

Como lo hemos hecho en la oración colecta, pidamos al Señor su gracia, para vivir la fe digna y laudablemente, sirviendo a Dios y sirviendo a los hermanos, sólo así daremos testimonio coherente de nuestra fe en Cristo.