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Obispo Auxiliar

El mandamiento más importante

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

La Palabra de Dios que se nos regala en este Domingo XXX del Tiempo Ordinario recapitula toda la enseñanza de Cristo sobre el modo de actuar de quienes somos sus discípulos, al afirmar que el amor a Dios y el amor al prójimo son el resumen de toda la enseñanza de la Sagrada Escritura.

Esta verdad tan importante de nuestra fe en Dios la podemos constatar en lo que Yavhé ha dicho al pueblo de Israel, y que hemos escuchado en la primera lectura del libro del Éxodo; el Señor hace un llamado a respetar al extranjero, a no explotar a la viuda ni al huérfano, a no ser usurero con quienes necesitan un préstamo. Esta enseñanza de Dios está fundamentada en que las personas están en una situación de desamparo, no tienen a nadie que los ayude o los defienda y ante el daño que se les pueda causar con una injusticia, él mismo se presenta como aquél que los defiende y los rescatas de todo oprobio, porque él será su refugio, como lo hemos respondido en el Salmo 17, y el escucha el clamor del que sufre porque es un Padre misericordioso.

Esta referencia de cómo Dios ama al ser humano y cómo manifiesta ese amor de modo particular al más débil, será a la respuesta de Jesús a la pregunta del maestro de la ley en el Evangelio. Jesús es interrogado acerca del mandamiento más importante, la respuesta de Cristo; conocida por todos, es un compendio de todas las leyes del Antiguo Testamento, una del Deuteronomio y otra del Levítico: Amar a Dios y amar al prójimo. Y esto es el fundamento de toda la ley y los profetas.

Este amor va más allá de un amor meramente afectivo, tiene que ver más bien con un comportamiento del ser humano hacia el otro, hacia Dios, que es el "totalmente otro", como lo llamaba Carl Barch, y hacia el otro que es el prójimo.

Así lo enseña el Papa Francisco: "El amor debe atender juntos e inseparablemente hacia Dios y hacia el prójimo. Esta es una de las principales novedades de la enseñanza de Jesús y nos hace entender que no es verdadero amor a Dios el que no se expresa en el amor al prójimo, y de la misma manera no es amor al prójimo el que no se deriva de la relación con Dios".

Amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma significa amarlo con la totalidad de la vida, con la totalidad del ser, es decidirse por Dios totalmente, es confiar en su palabra, en sus enseñanzas, en su doctrina, y dejar que esta palabra marque el caminar de nuestra vida y guíe la totalidad de nuestro ser, es amar lo que Él nos manda, como lo hemos pedido en la Oración Colecta.

Amar a Dios, por tanto, no es amar solo algo que se diga, sino que se manifiesta en el actuar de cada día, siendo el amor la carta de identificación del cristiano. Por esto último el amor a Dios no puede separarse del amor al prójimo; porque si amar a Dios significa entregarme totalmente a su voluntad, precisamente su voluntad es que seamos cercanos al hermano, y como nos lo ha recordado la Primera Lectura, de manera especial ser cercanos a los que más sufren y que menos posibilidades tienen de salir adelante por sí mismos.

Jesús es claro, y esto ha sido una de las grandes novedades de su Evangelio, el amor no puede separarse, amar a Dios nunca puede separarse del amor al prójimo, eso no es cristiano, esa no es la enseñanza de Cristo. El amor a Dios con todo nuestro ser se ve reflejado en mi relación con Dios en la oración, en la vida sacramental, en el tiempo que dedique a fortalecer mi vida de fe, a la lectura de la Sagrada Escritura, etc. Aquellas acciones que podemos llamar de piedad.

Pero ese amor a Dios con todo nuestro ser, con toda nuestra vida, si quedara únicamente en las acciones piadosas se volvería un culto vacío, la vida de piedad, la vida sacramental, mis ratos de oración será el encuentro con el Dios amor y el modo donde tomo la fortaleza para llevar la vivencia del amor a otro nivel; es decir, en mi capacidad de amar al hermano, mi perdón al enemigo, mi cercanía al que sufre, a los más vulnerables y a los descartados de la sociedad actual. De manera particular, la Sagrada Eucaristía es vínculo de unión fraterna, si la celebración de la Santa Misa no nos lleva a amar al hermano, la estaríamos vaciando totalmente de su contenido.

Hoy San Pablo en la Segunda Lectura nos presenta el ejemplo de la comunidad de Tesalónica, que se hicieron imitadores de Cristo, han aceptado la Palabra de Dios y han dado ejemplo y testimonio de la fe, vivir el amor como Cristo será lo que nos identifique con Cristo y lo que hará que nuestras comunidades den testimonio de la fe, por lo tanto hagamos de nuestra vida una constante vivencia de amor, una vivencia de amor que nos haga uno con Cristo, que nos identifique con Cristo, que nos haga experimentar y que haga experimentar al hermano que Él es nuestro refugio.

Esto nos dará la fortaleza para amar como Cristo y daremos testimonio de la fe haciéndola más creíble y más atrayente.

Dios los bendiga.