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Papa

Para ser felices no hace falta ser grandes, ricos o poderosos

Homilía de la Misa de este domingo en Ulán Bator, Mongolia (VIDEO)

Con las palabras del Salmo que se había proclamado: Oh Dios mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua. El Santo Padre comenzó afirmando en su homilía que esta estupenda invocación acompaña el viaje de nuestra vida, en medio de los desiertos que estamos llamados a atravesar.


El Papa explicó que Dios Padre ha enviado a su Hijo para darnos el agua viva del Espíritu Santo que apague la sed de nuestra alma.

Y Jesús lo hemos escuchado hace un momento en el Evangelio nos muestra el camino para apagar nuestra sed: es el camino del amor, que Él ha recorrido hasta el final, hasta la cruz, desde la cual nos llama a seguirlo perdiendo la vida para encontrarla nuevamente. A continuación Francisco invitó a los fieles a detenerse en estos dos aspectos: la sed que nos habita y el amor que apaga la sed.

La sed que nos habita

Ante todo, estamos llamados a reconocer la sed que nos habita. El salmista grita a Dios la propia aridez porque su vida se asemeja a un desierto. Sus palabras dijo el Papa tienen una resonancia particular en una tierra como Mongolia; un territorio inmenso, rico de historia y de cultura, pero marcado también por la aridez de la estepa y del desierto.

Acostumbrados a la belleza y a la fatiga de caminar

El Papa también destacó que muchos de ellos están acostumbrados a la belleza y a la fatiga de tener que caminar, una acción que evoca un aspecto esencial de la espiritualidad bíblica, representado por la figura de Abrahán y, más en general, algo distintivo del pueblo de Israel y de cada discípulo del Señor.

Todos somos nómadas de Dios

Todos, en efecto  prosiguió en su homilía  somos nómadas de Dios, peregrinos en búsqueda de la felicidad, caminantes sedientos de amor. El desierto evocado por el salmista se refiere, entonces, a nuestra vida; somos nosotros esa tierra árida que tiene sed de un agua límpida, un agua que apaga la sed profundamente.


Es nuestro corazón el que desea descubrir el secreto de la verdadera alegría, la que incluso en medio de las sequedades existenciales, puede acompañarnos y sostenernos.


Después de afirmar que arrastramos una sed inextinguible de felicidad, que buscamos un significado y un sentido para nuestra vida, una motivación para las actividades que llevamos a cabo cada día; y sobre todo estamos sedientos de amor, porque sólo el amor apaga verdaderamente nuestra sed, nos hace estar bien, nos abre a la confianza haciéndonos saborear la belleza de la vida, el Papa agregó:


Queridos hermanos y hermanas, la fe cristiana responde a esta sed; la toma en serio; no la descarta, no intenta aplacarla con paliativos o sustitutos. Porque en esta sed está nuestro gran misterio; esta sed nos abre al Dios vivo, al Dios amor que viene a nuestro encuentro para hacernos hijos suyos y hermanos y hermanas entre nosotros.

El amor que apaga la sed

En cuanto al segundo aspecto, el amor que apaga la sed, Francisco dijo que éste es el contenido de la fe cristiana:


Dios, que es amor, en su Hijo Jesús se ha hecho cercano a ti, desea compartir tu vida, tus trabajos, tus sueños, tu sed de felicidad.


Al mismo tiempo destacó que a veces nos sentimos como una tierra sedienta, reseca y sin agua, pero también es verdad que Dios se hace cargo de nosotros y nos ofrece el agua límpida que apaga la sed, el agua viva del Espíritu que, brotando en nosotros, nos renueva y nos libra del peligro de la sequedad. Esta agua nos la da Jesús.

Con san Agustín

Y como afirma san Agustín, el Obispo de Roma añadió que si nos reconocemos como sedientos, nos reconoceremos también como quienes beben. Efectivamente, si tantas veces en nuestra vida experimentamos el desierto, la soledad, el cansancio, la esterilidad, no debemos olvidar esto: Pero a fin de que no desfallezcamos en este desierto añade san Agustín Dios nos envió el rocío de su Palabra, para que de tal manera sintamos sed, que podamos beber.


Dios se ha compadecido de nosotros, y nos ha abierto un camino en el desierto: el mismo Señor nuestro Jesucristo; y nos ha brindado un consuelo en el desierto, enviándonos predicadores de su Palabra; nos dio a beber agua en el desierto, colmando del Espíritu Santo a sus predicadores, para que surgiese en ellos la fuente de agua que brota hasta la vida eterna.


Por otra parte, el Papa afirmó: Estas palabras, queridos hermanos, evocan nuestra historia. En el desierto de la vida, en el trabajo de ser una comunidad pequeña, el Señor no nos hace faltar el agua de su Palabra, especialmente a través de los predicadores y los misioneros que, ungidos por el Espíritu Santo, siembran su belleza. 



Fuente: vaticannews.va