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Obispo Auxiliar

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo

Mons. Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

En este Domingo XXI del Tiempo Ordinario la Palabra de Dios nos recuerda cómo el Señor nos llama a servir en la construcción de su Reino.  Ese llamado lo realiza a seres humanos, con limitaciones y pecados, para llevar adelante la misión de anunciar el evangelio y dirigir en su nombre el caminar de la Iglesia.

El elemento en común en la lectura del profeta Isaías y el evangelio de Mateo es el signo de las llaves.  Llaves que son puestas en las manos de Eliaquín, mayordomo del rey, y que se convierten en el signo del poder que este funcionario real tiene para controlar la entrada al palacio, para conducir al rey a quienes lo buscan, sean estos reyes, embajadores y principalmente a las personas que reclaman la justicia del rey.  Por esto último es que la lectura dice que Eliaquín será considerado un padre para los habitantes de Jerusalén.

En el caso del Evangelio, las llaves son puestas en manos de Pedro, después de su profesión de fe.  Pedro, a la pregunta de Cristo: «¿Quién dice la gente que soy yo?», ha respondido en nombre de los doce: «Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo».  Esto hace que el Señor le cambie el nombre, Simón hijo de Juan, será llamado Cefas (Piedra - Pedro), nombre que identificará su misión.  La cual será, según el signo de las llaves, no la de ser el portero del paraíso (como se indica en algunas ocasiones), sino ser aquel que conduce a los fieles, con la solidez de su enseñanza y la firmeza de su ejemplo, hacia Cristo, verdadero rey de los siglos como lo ha manifestado Pablo en la segunda lectura.

El texto evangélico también insiste en algo muy importante, la respuesta de Pedro ha sido inspirada por el mismo Dios, le dice Jesús: «esto te lo ha revelado mi Padre que está en el cielo».  Es claro que la experiencia del apóstol en su convivencia con Cristo, el escuchar su predicación, el ser testigo de sus milagros, le ha permitido tener una relación íntima con Dios y una apertura de su corazón para dejarse guiar por el Padre que le habla al corazón.

El texto evangélico proclamado es la fundamentación bíblica de la primacía de Pedro y de sus sucesores.  Por esto al escuchar y meditar en esta Palabra, necesariamente debemos volver la mirada a quien hoy es el sucesor de Pedro, el papa Francisco.  Es él quien tiene hoy la misión de ser la piedra firme donde se fundamenta la Iglesia constituida por Cristo.  Su enseñanza sólida y su ejemplo firme siguen conduciendo a los fieles a los pies de Jesucristo.  Además, estoy seguro, que su mensaje claro, directo y cercano, junto a su llamado a una Iglesia misionera, en salida y de puertas abiertas, ha permitido que, gracias a su personalidad, pero principalmente a su rico Magisterio, muchos conozcan o re-conozcan al Señor y a la Iglesia fundada sobre la roca firme de Pedro y sus sucesores.

Tampoco podemos olvidar al resto de los apóstoles, es decir a los obispos, que junto a Pedro, tenemos la misión de pastorear a la Iglesia y mantener vivo el mensaje de Jesucristo y la construcción del Reino en las iglesias encomendadas a nuestro pastoreo.

Asimismo, es muy importante recordar el compromiso apostólico de todos los bautizados.  Ya San Juan Pablo II lo manifestaba en su exhortación apostólica Christifideles laici (Los fieles cristianos laicos), cuando indicaba que «mediante la efusión bautismal y crismal, el bautizado participa en la misma misión de Jesús el Cristo, el Mesías Salvador [...] La incorporación a la Iglesia supone la obligación de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia» (Ch.L 34-35).

Por tanto, la misión encomendada a Pedro, no debe ser exclusiva del papa, los obispos y las demás personas que somos llamadas a una consagración específica.  Sino que es compromiso de todo bautizado es decir de todo el que se ha incorporado a la Iglesia de Jesucristo.

Llevar a los hermanos a Cristo, dar ejemplo de fe con palabras, gestos y acciones; respetar y anunciar el mensaje del Señor, conocido y testimoniado por la comunidad apostólica y transmitida a los largo de los siglos, es misión de todos los que formamos la Iglesia.  Así nos lo ha recordado el papa Francisco al afirmar que «Cada uno de nosotros es una pequeña piedra, pero en las manos de Jesús participa en la construcción de la Iglesia. Y todos nosotros, aunque seamos pequeños, nos hemos convertido en "piedras vivas", porque cuando Jesús toma en la mano su piedra, la hace suya, la hace viva, llena de vida, llena de vida del Espíritu Santo, llena de vida de su amor, y así tenemos un lugar y una misión en la Iglesia: esta es comunidad de vida, hecha de muchísimas piedras, todas diferentes, que forman un único edificio en su signo de la fraternidad y de la comunión» (27.08.2017).

Por esto, como Pedro, debemos fortalecer nuestra experiencia de Cristo y nuestra cercanía con Él, escuchando su palabra y abriendo nuestro corazón a su mensaje de salvación.  Esto únicamente es posible cuando aceptamos el llamado apostólico de estar con Él, es decir, de tener momentos de oración y dejar que Él guíe nuestra vida, de tener lectura y meditación asidua de su Palabra y de tener vida sacramental, dejando que su Palabra guíe nuestro camino de fe y que su Cuerpo y su Sangre alimenten y fortalezcan ese compromiso apostólico.

Sólo así, nuestra profesión de fe, como la de Pedro, será testimonio que lleve a los hermanos a Cristo, no porque sea un testimonio proveniente de nuestra limitada humanidad, sino porque así lo ha revelado el Padre que está en los cielos.