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Arzobispo

La solidaridad es la verdadera revolución

Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano


La pandemia del Covid-19 puso de relieve nuestra interdependencia como humanidad. En efecto, todos estamos vinculados, los unos con los otros, tanto en el bien como en el mal. 

En nuestro país la creciente desigualdad ha traído como fruto las disparidades injustas en términos de ingresos, riqueza, acceso a recursos básicos, oportunidades educativas y de empleo, entre otros aspectos. Esta situacion, aunada a la pobreza,  son un obstáculo enorme para la construcción de una sociedad justa y equitativa donde todas las personas tengan las mismas oportunidades y sean tratadas con dignidad y respeto.

Para transformar la interdependencia en solidaridad es preciso vencer los egoísmos individuales y grupales para entender que la solidaridad es un valor humano fundamental. Ciertamente, el mismo concepto "solidaridad" está un poco desgastado pues es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad: "Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos».[1] La solidaridad verdadera se funda en la vivencia de la justicia". 

 Aunque no se trata de una revolución en el sentido político o social que conocemos, la solidaridad tiene un impacto profundo en la forma en que nos relacionamos y organizamos como sociedad. 

Para nosotros creyentes, la solidaridad guiada por la fe nos permite llevar el amor de Dios a nuestra cultura, cada vez más indiferente e insolidaria, "no construyendo torres o muros ? sino tejiendo comunidad y apoyando procesos de crecimiento verdaderamente humano y solidario".[2]  

Jesús de Nazaret hizo resplandecer ante los ojos de todos los hombres el vínculo entre la solidaridad y el amor, iluminando todo su significado: "Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: ?dar la vida por los hermanos" (cf. Jn 15,13).[3]

Cuando las personas nos unimos solidariamente, creamos un sentido de comunidad y se fomenta la cooperación. La solidaridad nos lleva a preocuparnos por el bienestar de los demás y a actuar para ayudarnos en todo momento. 

Solo siendo solidarios podemos generar cambios significativos en la sociedad. si los ciudadanos se unen para abordar problemas y desafíos comunes, se fortalecen y pueden influir en políticas y decisiones que mejoren las condiciones de vida de todos. La solidaridad puede ser especialmente poderosa cuando se trata de superar desigualdades, injusticias y crisis, tal y como nos recuerda el Papa Francisco, "la solidaridad es precisamente un camino para salir de las crisis mejores, no con cambios superficiales, con una capa de pintura así y todo está bien. No. ¡Mejores!"[4]

La solidaridad puede considerarse una forma de revolución pacífica, en la que los individuos trabajan juntos para construir un mundo más equitativo y justo. A través de acciones solidarias, se pueden desafiar estructuras de poder injustas y promover cambios positivos en beneficio de todos. 

Les invito a promover la conciencia y la sensibilización sobre este tema, pues la solidaridad es un valor que debe ser cultivado y practicado en nuestra vida cotidiana, en nuestras interacciones con los demás y en nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Nuestro bienestar está ligado al bienestar de los demás. Ser solidarios es un valor esencial que nos invita a mirar más allá de nosotros mismos y a trabajar juntos para el bien común.

 


[1] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 188

[2] Papa Francisco, 2 de setiembre del 20202

[3] Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, n.196

[4] Idem