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Arzobispo

La Comunión es la respuesta

(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano


Recientemente, como Iglesia celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad, modo de referirnos al "misterio de Dios en sí mismo".[1] En efecto, Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo y, aunque es difícil comprender plenamente este misterio, es Dios mismo quien se nos revela así. 

 

Jesús, antes de su pasión, muerte y resurrección, reveló su naturaleza Trinitaria a los discípulos: "todavía tengo muchas cosas que decirles, pero no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les dijo: Él recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes" (Juan 16, 12-15).

 

Tres personas que son un solo Dios, "pues el Padre es amor, el Hijo es amor, el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que incesantemente se entrega y comunica".[2]

 

Más allá de la contemplación de esa comunión profunda, Jesús en su oración pide al Padre que todos seamos uno, "como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno" (Cf. Juan 17, 20-26)

 

El amor es el fundamento de la unidad, por eso, Jesús pide en su oración la permanencia de sus discípulos en el amor. El amor propicia la convivencia feliz para la Iglesia y para la humanidad. La vida en Dios no aísla, no encierra en uno mismo y en las propias necesidades, sino que nos  conecta con todos nuestros hermanos. En estos tiempos es necesaria  que la unidad prevalezca sobre los conflictos. Es urgente dejar de lado los particularismos para favorecer el bien común, y por eso, nuestro buen ejemplo es fundamental: es esencial que los cristianos prosigan el camino hacia la unidad plena, visible. 

 

Como nos recuerda el Papa Francisco, debemos luchar, porque nuestro enemigo, el diablo, como dice la palabra misma, es el divisor. "Jesús pide la unidad en el Espíritu Santo, hacer unidad. El diablo siempre divide, porque es conveniente para él dividir. Él insinúa la división, en todas partes y de todas las maneras, mientras que el Espíritu Santo hace converger en unidad siempre. El diablo, en general, no nos tienta con la alta teología, sino con las debilidades de nuestros hermanos. Es astuto: engrandece los errores y los defectos de los otros, siembra discordia, provoca la crítica y crea facciones".[3]

 Bien cabría preguntarnos si en nuestras familias, en los grupos y movimientos pastorales, en la parroquia ¿alimentamos la conflictividad o luchamos por hacer crecer la unidad con el amor?

 Y, por simple que parezca, "el chismorreo es el arma que el diablo tiene más a mano para dividir la comunidad cristiana, para dividir la familia, para dividir los amigos, para dividir siempre. El Espíritu Santo nos inspira siempre la unidad".[4]

 

La unidad no es uniformidad sino la armonía en la diversidad de los carismas otorgados por el Espíritu. Sin unidad no hay fecundidad en el anuncio que sustenta nuestra misión. De hecho, esta misión que el Señor nos encomienda es un mensaje que estamos llamados, primeramente, "a testimoniar los unos con los otros, no contra los otros o separados de los otros".[5]

 

Pido al Dios, Uno y Trino, que nos fortalezca siempre para encontrar el camino que conduce a la unidad, superando la indiferencia, la desconfianza y toda hostilidad en plena obediencia a su amor y a su verdad. 

 



[1] Catecismo de la Iglesia Católica, Núm. 234

[2] Benedicto XVI, 7 de junio del 2009

[3] Papa Francisco, Catequesis:La oración por la unidad de los cristianos, 20 de enero del 2021

[4] Ídem

[5] Papa Francisco, 3 de junio 2022