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Iglesia

Jesús nos ha llamado y elegido como amigos

(VIDEO) Mensaje Mons. Daniel Blanco, VI Domingo de Pascua



Desde la semana anterior, la Palabra proclamada recuerda con insistencia que el creyente debe manifestar su fe en Dios por medio de frutos (buenos y abundantes) los cuales deben ser testimonio de un seguimiento auténtico de Cristo.

Estos frutos, que serán diferentes en cada bautizado según su vocación, deben tener un denominador común: el amor, que es el distintivo del cristiano.

La Palabra de Dios de este VI Domingo de Pascua, nos permite meditar sobre por qué es esencial la vivencia del amor en todo aquel que quiera seguir con autenticidad a Jesús.

San Juan, en la segunda lectura, va a decirnos con toda claridad que la esencia de Dios es el amor. Cuando el apóstol manifiesta que Dios es amor, no está dando una característica del Dios revelado por Jesucristo, sino que nos indica que la totalidad de Dios es amor y por tanto su forma de relacionarse tanto al interno, es decir la comunión trinitaria, como hacia lo externo, su relación con la creación y particularmente con la humanidad es una relación de amor. Él, nos dice San Juan, nos ha amado primero (desde la eternidad), manifestando ese amor perfecto al crearnos y al redimirnos, por medio de su Hijo, que con el acontecimiento pascual, nos ha perdonado y nos ha hecho herederos de la misma vida de Dios.

Por esto San Juan enfatiza que quien conoce a Dios, es decir quien ha hecho experiencia de Dios, ha hecho experiencia de su amor, de su perdón y de su misericordia y por tanto necesariamente vive en esta relación de amor con el otro, al punto de ser capaces de dar la vida por el prójimo, como Jesús lo ha hecho por la humanidad entera.

Pero esto, humildemente debemos reconocerlo, que no es posible vivirlo con las fuerzas meramente humanas, se hace totalmente indispensable, la fuerza sobrenatural que viene de Dios y que llamamos Gracia. Por esto Jesús, hoy, al igual que la semana anterior, nos dice permanezcan en mí [...] permanezcan en mi amor. Y agrega que podemos tener total confianza, porque él nos ha llamado y nos ha elegido como amigos, prometiéndonos su amor perpetuo e incondicional.

Por tanto, el único camino que el ser humano tiene para amar con la radicalidad que pide el evangelio cuando Cristo nos dice «ámense los unos a los otros como yo los he amado» y para poder dar frutos buenos y abundantes es permanecer en el amor de Jesús, alimentándonos de su fuerza, de su gracia, de su palabra, de sus sacramentos, especialmente de su Cuerpo y de su Sangre.

Ejemplo claro de que esto es posible lo contemplamos en la persona de Pedro, cuando en la primera lectura, el libro de los Hechos de los Apóstoles lo presenta dando un paso importantísimo en el camino de la Iglesia naciente, paso que no hubiese sido posible, si no se deja guiar por la fuerza de Dios que mueve a amar.

Pedro afirma «Dios no hace acepción de personas y acepta al que lo teme sea de la nación que sea». Estas palabras abren la Iglesia a los creyentes provenientes del paganismo y es testimonio del amor de Dios por toda la humanidad, amor que debe vivirse al interno de la Iglesia y que Pedro, como cabeza de la Iglesia visible, llama a que se viva desde el inicio del cristianismo, al considerar prójimo y creyente a Cornelio y a los otros que estaban con él.

Hoy Pedro sigue insistiendo en esta verdad, cuando Francisco, su sucesor, nos recuerda «En más de una ocasión Jesús ha indicado quién es el otro a quien hay que amar, no con palabras, sino con los hechos. Es aquel que encuentro en mi camino y que, con su rostro y su historia, me interpela; es aquel que, con su misma presencia, me impulsa a salir de mis intereses y de mis seguridades; es aquel que espera mi disponibilidad a escuchar y a hacer una parte de camino juntos. Disponibilidad hacia cada hermano y hermana, sea quien sea y en cualquier situación que se encuentre, empezando por quien está cerca de mí en la familia, en la comunidad, en el trabajo, en la escuela... De esta manera, yo permanezco unido a Jesús, su amor puede alcanzar al otro y atraerlo a sí, a suamistad» (Angelus, 06.05.2018).

Permanezcamos en Jesús, permanezcamos en su amor, hagamos experiencia de su misericordia y con su gracia vivamos con radicalidad el amor al hermano, ése será el fruto bueno y abundante que dará testimonio radical y creíble de nuestro nombre de cristianos.