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Con el Resucitado celebremos la Vida

(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano

 


Hemos celebrado con gozo esta Semana Mayor. Si bien, la Pasión y Muerte de Nuestro Señor evidencian hasta dónde llega la mentira y la crueldad en el ser humano, su Resurrección atestigua la contundencia del Amor de Dios sobre el pecado y sobre la muerte.

Reafirmamos pues, nuestra convicción de que su victoria es también la nuestra y, en consecuencia, como nos dice el apóstol Pablo: "Si han sido resucitados con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Preocúpense por las cosas de arriba, no por las de la tierra. Pues han muerto, y su vida está ahora escondida con Cristo en Dios."[1]

La resurrección del Señor nos abre y nos lanza a nuevos horizontes. Si elegimos resucitar en nuestra vida diaria, y dejamos de lado el camino de muerte, entenderemos la profundidad de las palabras: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado."[2] La resurrección de Jesucristo arranca de nuestros corazones el miedo, despeja nuestras mentes cansadas y dispone nuestros pasos para anunciar a otros que la tumba está vacía, que la vida, y no la muerte, tienen la última palabra". Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia?.[3] (Jn 10, 10).

Solidarios en medio de las aflicciones y angustias que arrasan la vida de tantos hermanos, los cristianos estamos llamados a testimoniar la esperanza pues tenemos la fuerza del resucitado, para combatir todo cuanto pueda eclipsar el valor de la vida. Por ello, no nos cansemos de anunciar ese "El Evangelio de la vida"[4] que está en el centro del mensaje de Jesús. 

Con el Dios de la vida podemos vencer toda "cultura de muerte", para revitalizar a nuestra sociedad a veces derrotista y negativa con la alegría y el optimismo de la resurrección y la presencia de Cristo victorioso entre nosotros.

¿Cómo no anunciar ese Evangelio de la Vida cuando la violencia se ensaña contra la vida de millones de personas, especialmente niños, mujeres y adultos mayores, forzados a la miseria y al hambre, a causa de una inicua distribución de las riquezas y la indiferencia entre los seres humanos?

¿Cómo silenciarnos ante los atentados relativos a la vida naciente o en etapas terminales que ignora en la conciencia colectiva el carácter de «delito» para presentarse como «derecho» involucrando al Estado en su reconocimiento legal? 

Al respecto, enseñaba San Juan Pablo II: "Mirando las cosas desde este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra de los poderosos contra los débiles. La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos. Quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien eliminar".[5]

Que nuestra fe en Cristo resucitado nos lleve a tomar una opción incondicional en favor de la vida pues nada ilumina con mayor sentido el conflicto entre la muerte y la vida en el que estamos inmersos que la certeza de que el Hijo de Dios que ha vencido la muerte. Nuestro destino es la vida, en el presente y en la eternidad.

 

¡Felices Pascuas de Resurrección!

 



[1] Colosenses 3, 1-3

[2] Lc 24, 5-6

[3] Juan 10,10

[4] Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 25 de marzo de 1995,n.1

[5] Idem, n.12