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Iglesia

Oficios de la Pasión del Señor

Monseñor Daniel Blanco, obispo auxiliar de San José

 

Durante el ciclo litúrgico que este año estamos viviendo, el tema de la Alianza ha estado presente desde el primer domingo de cuaresma. Dios que sale al encuentro del ser humano y por amor a su creatura busca establecer una alianza, lo hace con Noé, con Abraham, con Moisés y esa alianza la renueva una y otra vez por medio de los profetas. 


Pero el Señor promete, luego de tantas veces que el ser humano rompe la alianza con su pecado, que hará una alianza nueva y eterna, que se inscribirá en el corazón del ser humano. Esta alianza es la que se ha sellado con la sangre de Cristo derramada en la Cruz y que es manifestación tangible del amor de Dios por la humanidad. 


En la Cruz contemplamos al Siervo de YHWH, personaje misterioso del Antiguo Testamento y anunciado por Isaías en la Primera Lectura, es Cristo quien, despreciado, rechazado y estimado en nada.


En la Cruz contemplamos al Sumo y Eterno Sacerdote que la Carta a los carga sobre sí los pecados del pueblo, es el inocente que paga con su vida el precio de nuestros pecados. 


Por esto, la Cruz, trono de gloria, según lo ha evidenciado San Juan en su evangelio, hoy no la contemplamos como signo de muerte o de fracaso, al contrario, es signo de vida y de bendición, porque es allí donde se ha sellado la nueva y eterna alianza, que trae los más grandes tesoros de gracia para la humanidad. 


Hebreos presenta como compasivo y cercano, aquel que conoce nuestras debilidades y por eso, precisamente desde la Cruz, intercede ante el Padre por nosotros, presentándole oraciones y súplicas con gritos y con lágrimas. 


La mayor de estas gracias es sin duda el regalo de la salvación; en la cruz se ha cancelado la deuda del pecado que nos impedía participar de la vida divina. Dios, ha entregado a su hijo para que la humanidad entera pueda gozar de la gloria del cielo y contemplarlo cara a cara. Asimismo en la cruz se nos dan las gracias necesarias para poder peregrinar en este mundo hacia le patria eterna. Del costado abierto de Cristo en la cruz, del que mana sangre y agua, se nos dan los sacramentos que edifican la Iglesia y que fortalecen nuestro caminar de fe; nos enseña San Juan Crisóstomo «esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo. Del costado de Jesús se formó pues la Iglesia como del costado de Adán fue formada Eva. 


Por eso nosotros los cristianos contemplamos la Cruz de Cristo con esperanza y con gozo, porque ella es el camino de la redención, de la salvación y de la vida nueva: Dios en su misericordia ha transformado un instrumento de tortura y de muerte en árbol de vida y salvación. Esto nos lo ha recordado el papa Francisco en el ángelus del 14 de setiembre del 2014 cuando dijo «por medio de la Cruz de Cristo el maligno ha sido vencido, la muerte es derrotada, se nos ha dado la vida y se nos ha devuelto la esperanza. ¡Eh! Esto es importante. Por medio de la Cruz de Cristo se nos ha devuelto la esperanza» (Ángelus, 14.09.2014). 


No existe vida cristiana sin cruz, el último año nos ha ayudado a comprender esta realidad, porque la enfermedad, la muerte, las dificultades económicas y tantas otras situaciones dolorosas que nos ha traído la pandemia, nos ha recordado la vulnerabilidad del ser humano y ha sido un golpe de realidad para que nunca olvidemos lo limitados que somos. 


Por tanto, la esperanza que trae al cristiano la Cruz de Cristo, radica en que ésta da sentido a nuestras propias cruces, porque cargar con la cruz y seguir a Cristo es esencial en el camino cristiano, nuestras cruces nos configuran con Jesús en su camino de sufrimiento, pero así mismo, nos configuran con Jesús en la victoria de la resurrección. Nuestras cruces unidas a la Cruz de Cristo tendrán valor de salvación, tendrán valor redentor. 


Pero esta configuración debe hacernos dar un paso más; ha dicho también el papa Francisco «si queremos ser sus discípulos, estamos llamados a imitarlo, gastando sin reservas nuestra vida por amor de Dios y del prójimo» (Ángelus, 30.08.2020), también el papa emérito, el papa Benedicto manifestaba «esa es la locura de la cruz: la de saber convertir nuestro sufrimiento en grito de amor a Dios y de misericordia para con el prójimo». 


Por esto, en medio de las consecuencias de la pandemia que ha llenado de sufrimiento a la humanidad entera, pero que ha cargado de cruces, algunas muy pesadas a muchos hermanos nuestros, cosa que podemos comprobar con sólo ver con un poco de empatía a nuestro alrededor, debemos comprometernos, al contemplar hoy la Cruz de Cristo, a ser cercanos, solidarios y compasivos de frente a la cruz del prójimo con acciones concretas de amor y misericordia. 


Que en este Viernes Santo y en este momento histórico que nos ha tocado vivir, fijemos nuestra mirada en la Cruz de Cristo, contemplemos los regalos de gracia que nos trae y que nos hace experimentar esperanza y consuelo y comprometámonos todos a ser más hermanos, más solidarios y más compasivos ante las cruces cargadas de sufrimiento y dolor que tantos hermanos están llevando.